Enero17

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lunes, 10 de noviembre de 2014

La riqueza de la identidad salvadoreña.

Un señor salvadoreño escribió en un periódico algo sobre la identidad salvadoreña....les pego textual sus valoraciones...y desde luego las mías. 

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Reflexión sobre la identidad salvadoreña.

Luis Armando González.


RADIO CADENA MI GENTE
Hablar sobre la identidad de un pueblo siempre resulta complicado, porque eso que se llama identidad no es una esencia inamovible que pueda atraparse con las manos.

Más bien, la identidad de una sociedad es, además de cambiante en el tiempo, el crisol en el que se funden distintas tradiciones, costumbres, símbolos y prácticas individuales y colectivas. De aquí que la pregunta por qué o cómo somos los salvadoreños no sea una pregunta de fácil respuesta; además, se tratará siempre de una respuesta provisional, que se tendrá que ir actualizando y poniendo al día a medida que la sociedad salvadoreña se vaya transformando. Precisamente, eso es lo que tiene que hacerse con dos de los mejores retratos de la sociedad salvadoreña: el realizado por Oswaldo Escobar Velado en su poema “Patria exacta” y el realizado por Roque Dalton en su “Poema de amor”.

Estamos ante dos retratos de El Salvador —de lo que somos los salvadoreños— propios de un momento histórico determinado que, si bien fueron certeros en su descripción de la salvadoreñeidad cuando vieron la luz, en esta primera década del siglo XXI deben ser no ignorados o abandonados, sino continuados y actualizados con nuevos aportes y nuevas intuiciones.
Pues bien, una forma posible de abordar el tema de la identidad salvadoreña –qué y cómo se es salvadoreño— consiste en explorar cómo nos ven (y qué ven) otros y otras desde fuera, concretamente desde Europa o incluso desde Estados Unidos.

En el caso específico de Europa, no resulta para nada extraño que un ciudadano europeo promedio no sepa concretamente qué es y dónde queda El Salvador. Seguramente sabrá de la existencia de América Latina y de los países del subcontinente presentes en el debate público mundial. Pero no de El Salvador, el cual, con suerte, podrá ser confundido con Salvador de Bahía en Brasil.

Ya desde aquí comienza el desdibujamiento de la sociedad salvadoreña, porque lo que sigue es consecuencia de ese punto de partida: de este modo, ese ciudadano o ciudadana de Europa, al escuchar el “vos” en boca de un latinoamericano o de una latinoamericana, inmediatamente se dirá a sí mismo que está con alguien de la Argentina; si ve que baila salsa, supondrá que es puertorriqueño o panameño, por aquello de que Rubén Blades es de este último país; si baila merengue, dominicano; si baila cumbia, colombiano; y si baila samba, brasileño.

Si está tostado de su piel por el sol, pensará que es del Caribe; si toca la sampoña o el charango, que es de Bolivia; si canta música ranchera, de México; y si toca el arpa, de Venezuela. Si tiene rasgos indígenas, creerá que es de Bolivia, Perú, Ecuador, México o, con suerte, de Guatemala; si es negro, de Haití; si es mulato o sambo, de Cuba; y si bebe café incansablemente, de Colombia. Si se trata de un hombre en plan de conquista abierta y sin complejos, que es un caribeño… Y así por el estilo.
Se puede esgrimir que ese desdibujamiento de lo salvadoreño obedece a simple ignorancia de la diversidad de naciones que caracteriza a América Latina. Es posible que sea así. Pero no hay que alegrarse demasiado, ya que a lo mejor existe otra respuesta, que debería ser buscada en lo que efectivamente significa El Salvador en el contexto latinoamericano. Visto con una dosis mínima de objetividad, la contribución de nuestro país a la configuración histórica de la identidad latinoamericana es sumamente pobre, por no decir nula. Por donde quiera que se vea –por lo negativo o lo positivo— lo latinoamericano no se juega ni se ha jugado en El Salvador. En tiempos recientes, sólo en una ocasión nuestro país estuvo a punto de dejar su propia huella en la historia latinoamericana: durante la guerra civil de la década de los 80, pero el desenlace de la misma impidió que esa huella se fijara en piedra firme.

Por más que haya quienes hagan alarde del proceso exitoso de negociación, nunca lo sucedido en El Salvador va a desplazar en significado el triunfo de la revolución sandinista (1979) y, mucho menos aún, de la revolución cubana (1959).

Para seguir en el marco centroamericano, la huella de El Salvador, en general, es bastante pobre. Si se excluyen los temas de pandillas (maras), violencia y migración –a los cuales es inevitable referirse cuando se habla de Centroamérica en la actualidad—, en los grandes ejes configuradores de la historia y de la identidad de la región nuestro país no tiene nada importante que decir. En poesía y en música popular, ahí está Nicaragua; si se habla de etnicidad, hay que volver la mirada a Guatemala; si de lo que se discute es de la democracia, es de rigor pensar en Costa Rica; y si el asunto son los recursos naturales, Honduras sale a relucir casi inmediatamente –y ahora hasta las pupusas son reclamadas por los hondureños como patrimonio nacional—.

Si para El Salvador las cosas son así en Centroamérica, en el marco latinoamericano su presencia es casi inexistente. Las grandes tradiciones artísticas (tanto populares como de élite) tienen ahora como en el pasado su foco en México, Argentina, Brasil, Colombia o Chile. Los fenómenos políticos que trascienden al subcontinente se gestan en Cuba, Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina o Bolivia. Cuando se piensa en regímenes dictatoriales inmediatamente se piensa en las dictaduras militares del Cono Sur de los años 60, 70 y 80. Cuando se habla de dictadores se habla de los militares que encabezaron sangrientos regímenes, especialmente de Augusto Pinochet, Alfredo Stroessner y Rafael Videla. Y en esta misma línea, cuando se piensa en el prototipo del dictador latinoamericano ridículo y nefasto –las dos cosas a la vez— inmediatamente se piensa en el “Chivo” dominicano: Leónidas Trujillo.
Ahora bien, ¿es ajeno El Salvador a los procesos, negativos y positivos, que se gestan (y han gestado) en América Latina. En lo absoluto. Nosotros tal vez no contribuyamos (o hayamos contribuido) con algún aporte original a la configuración de la identidad latinoamericana, pero todo lo que caracteriza a América Latina tiene su réplica en El Salvador. Aquí todo lo latinoamericano (desde México hasta Argentina) se replica y se copia. Claro, está a la salvadoreña: como una caricatura mal hecha. Hemos tenido nuestros criminales, que quisieron copiar los usos y estilos de los dictadores latinoamericanos; no tuvimos un “Chivo”, pero sí un “Tapón” (el General Fidel Sánchez Hernández), y más atrás en el tiempo tuvimos nuestro “Brujo” (el General Maximiliano Hernández Martínez).
No tuvimos un Cantinflas, pero sí un Rockinflas; también hemos tenido un “Piporro salvadoreño” y en la actualidad tenemos a nuestro “Don Francisco”, en el programa “Fin de Semana”
que todos los sábados transmite un canal nacional. Tenemos conjuntos musicales que copian, a su manera, todos los ritmos latinoamericanos y caribeños (principalmente, cumbia y música ranchera) y que hacen bailar a la gente (que también lo hace a la manera salvadoreña: mezclando pasos, ritmo y con una lentitud que, en el caso de la cumbia, puede ser exasperante).

No somos andinos, pero tenemos aun –sobrevivientes de los años setenta y ochenta— grupos musicales que se dedican a tocar música andina y que pusieron de moda, en su momento, “El cóndor pasa” (aunque nunca un cóndor haya volado en cielos salvadoreños y aunque nuestros cerros y volcanes parezcan pequeños montículos comparados con los Andes).

En cuanto a la literatura y la poesía, sólo en unas cuantas ocasiones hemos estado a un paso de dejar una huella en América Latina: con Francisco Gavidia, Salarrué, Roque Dalton y Roberto Armijo. Pero nuestra marginalidad endémica lo impidió. Ni modo; marginales como somos –al fin y al cabo, provincia remota de México desde tiempos inmemoriales— no nos ha quedado más remedio que ser receptores de distintos influjos culturales (también, económicos y políticos) provenientes de América y España que hemos adoptado y adaptado con peor o mejor suerte, aunque con poca creatividad y originalidad. Por supuesto que tenemos escritores (poetas, poetisas, literatos, literatas y ensayistas), pero aparte de lo que algunos de ellos y ellas se creen, su huella en el concierto latinoamericano (o incluso centroamericano) es mínima, por más alguno de nuestros escritores presuma estar a la altura de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes.

En fin, pese a la vocación de copiar todo lo que sucede en otras partes –desde hace un par de décadas, a los modelos a copiar se ha añadido el estilo de vida estadounidense—, no se ha adquirido la pericia para hacerlo bien: por lo general se trata de copias pobres y mal hechas, que terminan –especialmente en el caso de la cultura popular— por deformar el gusto y las costumbres de la gente. Pero aquí estamos, siendo parte de América Latina; replicando en caricaturas –desde los dictadores y el caudillismo hasta los modos de hablar y de vestir— lo que sucede en otros países latinoamericanos y EEUU. Prácticamente todo lo que caracteriza a América Latina está presente en El Salvador; es decir, este es un país latinoamericano típico. Y está presente porque llegó de fuera y ha sido copiado, adaptado y adoptado, por la gente, desde las élites –cuya vocación para la copia no va a la zaga sino a la vanguardia del resto— hasta los sectores populares. Somos un país receptor de cultura, de hábitos, estilos de vida y costumbres generados en otras latitudes.
Aprendimos a recibir (y nos acostumbramos a ello) desde las primeras migraciones nahuas que llegaron de México, en la época prehispánica. Lo que somos es lo que hemos recibido y seguimos recibiendo del exterior. Ahora mismo, gracias al torrente migratorio hacia Estados Unidos estamos copiando no sólo la arquitectura de las residencias estadounidenses, sino (acompañado de los usos idiomáticos correspondientes) el estilo de vida “americano”.

Nos agringamos de manera acelerada, pero seguimos usando el vos sin ser argentinos (para distinguirnos, hay un leve sonido de la “j”, que suena en lugar de la “s” y decimos, por ejemplo, “vos querés” o “vos pensás”, no “vos quieres” o “vos piensas”), comiendo tortillas de maíz sin ser mexicanos, bailando cumbia sin ser colombianos, diciendo “carajo” sin ser peruanos, escuchando y bailando la batucada sin ser brasileños y teniendo a nuestros propios caudillos (aprendices de caudillo) sin ser ecuatorianos, bolivianos o venezolanos. Desde el tema de la identidad, la “patria exacta” de Oswaldo Escobar Velado es, más bien, una patria inexacta: una patria con contornos difusos e indefinidos, una patria que se desvanece en cada instante, pero de la cual algo queda: las mezclas, las copias y las caricaturas de todo lo que nos impacta y que, en definitiva, nos sirve para sobrevivir como sociedad.""""""


Lo había leído y disiento totalmente con el autor. En Argentina se come pizza y pastas no son italianos, pero está incluido en su costumbre, puesto que las costumbres y la identidad son parte de la dinámica social; en Estados Unidos comen hamburguesas, hot dogs , y tampoco esto se señala en sus orígenes europeos si no que se les atribuye como distintivo; eso en cuanto a cultura gastronómica, pero hay tambien musical, el jazz, el rock, el chamamé, etc todos tiene un origen distante que migró; el señor que escribe tiene una visión bastante negativa de la identidad nacional salvadoreña; en Argentina, Uruguay, zonas de Ecuador y Colombia se habla un "voceo" similar al nuestro, y su forma de hablar es su distintivo sin imitar argentinos por que no los imitan así hablan, tal como nosotros los salvadoreños tenemos una forma particular de mezclar el tuteo y el vos. Respecto a nuestra historia, Martinez no fue imitador de nadie, fue un personaje histórico particular nuestro, con características bastante peculiares, ni un solo caudillo se parece con otro; América Latina completa sufría con dictaduras militares y cada uno fue distinto por sus personalidades y la coyuntura social de sus paises. El atrapasueños es una cosa que se cuelga en las ventanas, puertas, los hacian los primeros pobladores americanos, los originarios, pero tambien existen en la India, en Tailandia y Indonesia, y todos le atribuyen un misticismorespecto a lossueños, está incorporado en su cultura sin señalarse que son copias puesto que por la época hay que dar una explicación bastante rebuscada para que cierre. Comprendamos antropológicamente la naturaleza humana, social y el dinamismo de la misma: NO somo copia, no somos caricatura vivimos en un mundo con billones de personas tenemos similitudes para comer frijoles, pero no los sazonamos igual ni los disfrutamos de la misma manera porque eso se llama identidad, porque eso nos vuelve sociedad, nos vuelve patria... la Patria Exacta.(Perdón si me extendí, mi tesis la escribí sobre identidad)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La cultura del diablo en El Salvador.



En El Salvador hay mucha gente brillante, inteligente por demás; unos con mayor reconocimiento que otros.

En un momento de mi vida universitaria como estudiante conocí a quién me pareció siempre una mente brillante salvadoreña, el Dr. José Humberto Velásquez, quién impartía Métodos y técnicas de investigación, !!que terror!!,, que preguntas, que forma de hacerte razonar y humillarte si no sabias la respuesta a "lo obvio".

Un hombre de baja estatura, con una pipa que jamás vi encendida pero que siempre la usaba colocada en el cinturón o en su boca. 

De rostro amable pero mirada penetrante, como quién te dice no sabes nada, siempre con corbata o "guayaberas" supe muchos mitos de su paso por la Universidad de El Salvador,  que si se vestía de blanco, que era arrogante, que le decían el gato sabio,  que si no le decías doctor no te atendía, que si conjugabas mal el verbo querer "quiero o quería" tampoco te respondía tus preguntas,  etc, A  mí me correspondió conocerlo primero, como docente y luego como compañero de trabajo, le vi tener debates filosóficos y ganarlos ... y sí no  los ganaba miraba sonreía de mala gana y se retiraba en silencio, para reaparecer horas más tarde con mejores e imbatibles argumentos





Dos obras escritas por el doctor Veláquez permiten conocer su bien desarrollada antropología, con el humor irónico y sarcástico que lo caracterizaba escribió y publico "La cultura del diablo" y el "Leperario salvadoreño" una forma de reconocer nuestros rasgos distintivos salvadoreños. 




Su aporte cultural a la antropología fue reconocido en El Salvador, muy merecido y supe que lo emocionó mucho.
Dr.Velásquez, primero de la izquierda..
Hace años no lo veía por la distancia geográfica, el 23 de septiembre de 2014 falleció, ya con una edad avanzada, con su aporte a la educación salvadoreña y a la cultura nos deja un grande de nuestra cultura del diablo. 

A los que lo conocimos, que nos reíamos con sus ocurrencias, a las monjitas espantadas con su manera de persignarse o de responder a la pregunta: ¿cómo está doctor? ..."Aquí viviendo el pecado y gozando el degenere".

Si no has leído sus publicaciones deberías hacerlo a los nacionales para identificarnos... a los extranjeros para que nos conozcan. 

Buen viaje y a encontrar respuestas mi filosófico maestro.

Alba Jiménez